domingo, 7 de junio de 2015

José Agustín Ortiz Pinchetti: El despertar

Los grandes políticos consumen su vida en la búsqueda del poder. Unos quieren servir, otros servirse. Unos quieren el poder para transformar a su sociedad y otros lo quieren por sí mismo. Hay dos personajes, Carlos Salinas y Manuel Camacho, aliados desde muy jóvenes pero distintos en sus propósitos vitales. Salinas quería restaurar al sistema para controlar la vida política. Camacho quería ser presidente para llevar a México a la democracia. Salinas fue presidente con el apoyo de los que no querían el cambio. Camacho no pudo llegar porque lo vetaron los mismos. 1968 marcó a su generación. Muy joven llegó a la conclusión de que el sistema tenía que abrirse, y mantuvo hasta el final esa convicción. “Para mí no era una cuestión ética o idealista –comentó–, el desgaste era evidente. Si nos resistíamos al cambio tendríamos que reprimir o corromper. Por eso pronto fui considerado enemigo del presidente y del sistema.” La negociación fue su mejor habilidad. En las elecciones intermedias de 1991 logró recuperar la base popular del PRI. Aconsejó a Salinas que desde esa nueva fortaleza impulsara una reforma política inspirada en el éxito de la transición española. Salinas no vio necesidad de abrir cuando había recuperado el control, y se inclinó por manipular a la oposición de derecha y reprimir, en dosis, a la izquierda.



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