Me refiero a Lorenzo Córdova –presidente del Instituto Nacional Electoral– y a David Korenfeld –ex director de la Comisión Nacional del Agua–, ambos pecadores descubiertos por algún espía bien o mal intencionado. El primero salió indemne con una pequeña penitencia: “ofreció una disculpa” en público y luego lo hizo en privado, directamente al ofendido. El segundo fue severamente multado y, además, tuvo que dejar una chamba para la que estaba bien calificado, a diferencia de sus antecesores.
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