La coincidencia temática de las tres grandes coaliciones electorales alrededor del crucial asunto de la corrupción soslaya otros de mayor importancia. Es claro que la ciudadanía se encuentra hastiada por la impúdica exhibición de una colección de reales mafiosos con título de políticos, legisladores, jueces o gobernantes. No se excluyen otros actores que participan activamente en este detestable tinglado de complicidades: empresarios voraces, líderes sociales, caciques de variada laya, agentes externos y demás colación perversa de ladrones y traficantes de influencias. Ya no se trata sólo de personajes que, en la penumbra y abusando de sus posiciones de responsabilidad, se atascan con lo que pueden encontrar a mano. Ahora se sabe, con meridiana certeza, que se han formado complejos grupos de maleantes que han asaltado el erario y cuanto bien público sea factible enajenar para su propio beneficio. El complemento a tan degradante espectáculo lo aporta la cínica exhibición de impunidades. Un verdadero pacto no escrito, pero férreo en su aplicación. Sin este complemento, en mucho acordado a la manera de oscuro ritual, sería imposible que los atropellos de la autoridad o los robos descarados y demás delitos se sucedieran hasta a plena luz del día.
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