Apenas hace dos semanas, José Antonio Meade decidió vestir los colores del partido que lo hizo su abanderado a la Presidencia. Fue un pase que buscó dotar al candidato de una representación política verdadera. Pero Meade no entró a la sede del segundo debate acompañado del presidente del Partido Revolucionario Institucional. Lo hizo al lado de un hombre de camisa rosa, desfajado él. Y actuó en consecuencia: en el debate, frente a las cámaras, no puso en juego su representación política, esa a la que apelan ahora casa por casa los “priístas de corazón”.
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