Tenía pensado dedicar esta columneta a compartir con la multitud lo acontecido durante la visita que el presidente López Obrador hizo a este diario unos días antes de su rendición de protesta. La puntual y muy profesional reseña presentada el sábado 24 de noviembre lo hacen realmente innecesario. Me concreto a decir en público –porque lo siento, porque lo he pensado durante demasiado tiempo y sólo a la familia y a los íntimos lo he comentado– que en mis deseos de año nuevo llevo mucho tiempo incluyendo uno: cuando yo haga fade out definitivo, cuando haga mutis del escenario nacional, quisiera que mis descendientes vivieran, no en el imposible reino de los cielos en este mundo, sino simplemente en una patria digna, soberana, libre, justa, igualitaria y, por lo mismo, alegre y dada a la risa. Lo dijo Ignacio Ramírez y lo repitió un siglo después Octavio Paz: “Hay que aprender a reír, para aprender a ser libres”. Yo quisiera morir con una gran sonrisa y una sencilla frase: “¡Sí pudimos!” Por eso, al estrechar la mano de Andrés sólo atiné a decirle: “Gracias a ti y a los miles de morenos que a lo largo del país supieron convertir sueños y esperanzas en 30 millones de sufragios irreprochables y que harán mi juego navideño, de muchos años, en realidad”.
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