La libertad individual y el desarrollo científico y tecnológico constituyen los logros más significativos de la humanidad en las recientes décadas. Ámbitos de decisión reservados a la Iglesia o al Estado ahora son confiados a la persona, reconociéndole su capacidad para tomar decisiones y hacerse responsable de sus consecuencias. Vida, muerte, salud, sexualidad, preferencias, creencias, son espacios cuya gestión ahora está confiada –principal, pero no exclusivamente– a cada persona. Ninguno de esos espacios se comprende si no es a partir de la libertad. Pero esta conquista cultural ha ido acompañada de otra relacionada con el dominio de la naturaleza. Hoy nadie pone en tela de juicio el exponencial desarrollo de la ciencia y la tecnología, pues nuestra propia vida está inmersa en aquello que nos ofrece; es más, nos conmociona –anhelando o repudiando– lo que anuncia está por venir. En años recientes la ciencia y la tecnología avanzaron más que en cualquier otra etapa de la historia: eventos que solían concluir con la muerte de una persona, actualmente pueden ser controlados sin dificultades; distancias que se medían en metros, hoy se miden en bites; las preguntas sobre la inteligencia animal, hoy se dirigen a la artificial. Así, nos ha tocado vivir un tiempo de libertad, pero también de un impetuoso e irrefrenable avance tecno científico, no siempre orientado hacia el desarrollo humano, sino hacia fines privados, incluso ajenos o francamente contrarios al interés público.
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