El primer Grito obradorista tuvo tal sobriedad y equilibrio que a pesar de las innovaciones realizadas alcanzó una alta proporción de adhesiones entre su base social y, de manera inusitada, entre muchas voces adversas a las políticas del presidente López Obrador. El propio Enrique Krauze, tocado políticamente desde el escándalo de una fábrica de infundios contra el tabasqueño instalada en la calle Berlín de la Ciudad de México, adjudicó a tal ceremonial la etiqueta de “magnánimo” y forzó el sentido del oportunismo político al considerar que las veinte vivas nocturnas del domingo en la Plaza de la Constitución podrían significar “el primer paso para la reconciliación nacional”, hipótesis endeble a la que el escritor y empresario tal vez busque dar algún sustento teórico y un anhelo de operatividad.
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