Suele suceder con frecuencia que los lunes, a temprana hora, arriba a mi correo un mensaje cuyo remitente preserva su identidad tras un seudónimo que me resulta gracioso y llamativo: La rotunda Lulú. Seguramente se trata de una antigua amiga, pues tanto las referencias que hace de mi pasado remoto, la mención de viejas amistades y acontecimientos nada públicos, así como el tonito con el que me rebate algunas de mis opiniones y crónicas, así me lo dejan ver. Esta actitud no sólo sentenciosa, sino de abierta confrontación, me ha llevado a pensar que se trata de mi tía Cata (catalogada en el número tres de mis abuelas reciclables), pero entro en razón y recuerdo que dicha pariente hizo mutis definitivo hace ya varios años, (lo cual, como con Monsi, no es garantía plena de que no aparezca en cualquier momento a tratar de enmendar mi vida).
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