Lo hemos oído del ex presidente Felipe Calderón sobre el servicio que su secretario de seguridad, Genaro García Luna, le prestaba a El Chapo Guzmán, y lo seguiremos escuchando de quienes sean mencionados como corruptos en los procesos de Emilio Lozoya. Es un tipo de ignorancia premeditada, y fue definida así por la corte de Gran Bretaña en 1861: “Si el acusado sospechaba el hecho; se dio cuenta de su probabilidad, pero se abstuvo de obtener la confirmación final porque pretendía negarlo, esto, y sólo esto, es ceguera voluntaria”. La ceguera intencional es uno de los tipos de ignorancia que le favorecen sólo a los poderosos: los directivos de Enron; los habilitadores de los abusos sexuales del productor de cine Harvey Weinstein o de Roger Ailes en Fox News; el dueño de los tabloides británicos acusados de grabar ilegalmente conversaciones privadas, Rudolph Murdoch; las calificadoras de deuda y los bancos en la crisis de 2008; todos, alegaron no saber ni preguntar. Sobre sus delitos se despliega un manto de ignorancia que protege a los jefes de las violaciones atribuibles sólo a la “mano invisible” del mercado, a sus subalternos o a sus subsidiarias fuera del país o, incluso, a no haber tenido la intención de que el beneficio personal acabara afectando el interés público.
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