Envalentonado, Arturo Lona tocó la puerta de la casa del cacique de Huejutla. Él era por aquellos años adjunto de don Bartolomé Carrasco, obispo de esa diócesis desde 1963. La campaña en su contra crecía día a día auspiciada por el señor de horca y cuchillo de esa región de la Huasteca hidalguense. Su vida corría peligro. Pero él, en lugar de arredrarse, entró a la casa de su enemigo, se sentó y de su sotana sacó una pistola calibre .45, que puso sobre la mesa.
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