Viviste un momento luminoso en la Convención de Aguascalientes, en plena selva Lacandona con tu irrupción al mundo de las mujeres sin rostro, quienes con sus armas en mano declararon la guerra al Ejército Mexicano. La ley revolucionaria de las zapatistas te marcó para siempre. Fue el punto de quiebre que te llevó a abrazar la causa de las mujeres que luchan en los cerros y en sus hogares. Te adheriste a su movimiento para pelear por los derechos económicos, laborales, sociales, reproductivos y políticos de las indígenas. Reivindicaste su derecho al trabajo y a recibir un salario justo; a elegir pareja y no ser obligadas a casarse; a decidir el número de hijos; a no ser golpeadas, maltratadas ni violadas. A participar en los asuntos de la comunidad y ocupar cargos de representación y ser también autoridad.
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