El reconocimiento de la desigualdad como un fenómeno corrosivo y desestabilizador no sólo de la economía sino de la política y las relaciones industriales, se volvió universal en estos años finales de la gran recesión. Del Fondo Monetario Internacional al Vaticano, pasando por el Banco Mundial, la OCDE o el Grupo de los Veinte, se asume que la desigualdad es “la cuestión decisiva de nuestra época”, como dijera el presidente Obama.
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