Conocí a Marcela Lagarde en la segunda mitad de los años 60 del siglo pasado; la colega Beatriz Bueno la llamaba “Elvira Ríos”, al rememorar a una famosa cantante de boleros que tenía una voz grave y susurrante. En aquel tiempo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia estábamos picados de una avispa marxista que nos hacía ver el futuro como algo no solamente deseable, sino muy próximo. Estábamos en los albores de un potente movimiento estudiantil.
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