La UNAM es demasiado grande para ser calificada y criticada de manera superficial. Su grandeza no sólo proviene de sus números, sino de sus logros institucionales, académicos y morales. La UNAM no es sólo la universidad más grande de Hispanoamérica, con 367 mil estudiantes, más de la mitad de la investigación científica del país, con 46 institutos donde laboran unos 10 mil académicos, y 26 museos para la difusión de la cultura, es sobre todo una “isla de libertad” en una nación dominada por la coerción y la explotación provenientes del poder político y económico. Su grandeza se la otorga haber creado y mantenido un ámbito para la libre creación de las ciencias, las humanidades, el arte y las tecnologías, que se expresa de mil maneras (sólo en 2020 los académicos de la UNAM ofrecimos al mundo ¡mil 500 libros!). Esta atmósfera de pluralidad y tolerancia fue la que me permitió realizar aportes e innovaciones a lo largo de 50 años. Como universitario cuestionador y crítico fui inicialmente rechazado por mi propia comunidad académica (de biólogos y ecólogos), pero años después, aceptado y reconocido por mis colegas cuando mis contribuciones multidisciplinarias fueron avaladas y premiadas en el ámbito internacional. Para 2017 fui el investigador de la UNAM más citado en la literatura mundial en ciencias sociales y mis publicaciones hoy rebasan las 19 mil citas (Google Scholar). Mi caso es sólo uno entre decenas. Los sectores más avanzados, progresistas y hasta libertarios de la UNAM han florecido en estas décadas, lo cual no habría sido posible en una institución sectaria o monolítica.
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