Hace poco más de una década, en los albores de los gobiernos progresistas del Cono Sur, medios de izquierda, analistas y dirigentes comenzaron a nombrarlos como “gobiernos en disputa”. Con dicho aserto pretendían dar cuenta de la heterogénea composición de gabinetes que contenían una doble orientación: progresistas y conservadores amalgamados en un mismo Ejecutivo. Era el modo, se dijo, de asegurar mayorías parlamentarias para asentar la gobernabilidad, sobre todo en el caso de Brasil, donde el Partido de los Trabajadores no alcanzaba siquiera un quinto de la representación parlamentaria.

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