Les aseguro que de ninguna manera resulta grato iniciar una columna (menos una columneta), con un obligado mea culpa. Sin embargo, circunstancias hay que no pertenecen al ámbito de lo opcional, sino de lo obligado: es el caso. Por eso, sin ambages ni disimulos expreso mi más sentida disculpa a las autoridades universitarias y, en particular a las que colaboran con la abogada general de la UNAM y se desempeñan en las dependencias jurídicas de la institución. El domingo 3 de septiembre, mientras leía la prensa, mi vista cayó sobre el encabezado de una noticia que me cimbró y provocó una reacción extrema; una de esas a la que mi organismo recurre únicamente para superar un colapso que podría ser letal: expulsar, vía bucal, algunos decilitros de espuma verdosa, signo inequívoco, según mi “abuela reciclable 2”, de que un coraje o un susto me habían causado un fuerte derrame de bilis.
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