Ha transcurrido ya algo más de un año desde que la pandemia ha ocupado el centro de la atención y la preocupación mundiales. Es ya evidente que se ha constituido en el hecho dominante del primer cuarto del siglo y más allá, quizá por varios lustros. Sus secuelas directas e indirectas seguirán dejándose sentir largo tiempo después de que la fase activa de contagios crecientes haya sido superada, merced sobre todo a las vacunas y la eventual invención de medicamentos efectivos, suficientes y asequibles. Resulta también evidente que las secuelas sociales –sobre la igualdad, la pobreza, la educación, entre otros– serán más severas y persistentes que las relativas a la actividad económica, el empleo, la inversión y áreas conexas, como el transporte y el turismo. Una aproximación a estas hipótesis puede desprenderse, con facilidad, del examen de la información cotidiana sobre la pandemia y de su acumulación a lo largo de los días.
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