La preocupación del Papa en la que pidió “evitar la mexicanización” de su país natal, Argentina, ha calado hondo no sólo en el gobierno, sino en diversos sectores de la clase política. Se confirma la imagen que tiene el país en el exterior y que, lamentablemente, hay sobrados indicios que sugieren que la expresión con toda la carga que porta, responde a una realidad que vivimos lo mexicanos. La expresión del Papa ha lacerado porque fue hecha en privado, fuera de micrófonos y protocolos oficiales. Por tanto, los enunciados son espontáneos y genuinos que los hace a un amigo de manera confidencial. El mismo Bergoglio revela a su amigo la fuente de su afirmación: los obispos mexicanos. “Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”, dijo. La cancillería ha reaccionado sin virulencia con evidente molestia y hasta desilusión, si tomamos en cuenta que el gobierno de Enrique Peña Nieto ha apostado por encontrar en la Iglesia católica una aliada natural a su gestión. Sin embargo, me parece que la nota diplomática del gobierno mexicano buscará no escalar a conflicto, en cambio mostrar un suave extrañamiento. Pero corre el riesgo de contribuir para que la locución mexicanización circule aún más en el mundo hasta universalizarse. Y sea equivalente a la colombianización, entonación que utilizamos en los años 80 para describir un siniestro coctel político social en aquel país marcado por el terrorismo, la corrupción, grandes cárteles, guerrilla, ausencia de autoridad, crisis económica y violencia descomunal.
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