Uno de los defectos más perjudiciales de nuestra vida pública es la degradación de las ideas y, en consecuencia, de los debates sobre temas de interés nacional. Las ganancias en “libertad de expresión”, desmentidas en horas de lamentable decadencia moral, no se traducen en la mayor calidad a nuestros intercambios públicos ni en la responsabilidad de quienes la ejercen.
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