Al escribir democracia no me refiero al concepto y la práctica dominante en el mundo “occidental”. Allí los candidatos, todos millonarios o ricos, son seleccionados por los partidos políticos periódicamente para disputarse los puestos de elección popular. Las campañas cuestan fortunas y ofertan a los candidatos mercadológicamente. Cuando surge una opción alternativa, se le intenta frenar mediante encarnizadas guerras campañas mediáticas combinadas con el fraude electoral. Más aún, esa democracia admite que mandatarios electos como Mel Zelaya, en Honduras; Fernando Lugo, en Paraguay, y Dilma Rousseff, en Brasil sean derrocados con nuevas variables de los golpes de Estado. Sin olvidar los fracasados intentos de golpe contra Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Ni el golpe continuado y permanente en Venezuela contra el presidente Nicolás Maduro.
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