Entramos lenta y arduamente en la convalecencia. Tras más de un año de olas del contagio, variantes, y vacunas, miramos un mundo conocido que, de alguna forma, nos parece nuevo. Como en las pinturas de Giorgio De Chirico, esas calles de sombras largas, las plazas vacías aun con sus obeliscos lejanos, la vida de estos meses será de lo cercano y distante a la vez. La perspectiva “melancólica y metafísica” de esos cuadros de De Chirico provienen de su intrincada recuperación de una enfermedad intestinal en 1910. Sentado en una banca de la Plaza Santa Croce de Florencia, frente a una estatua de Dante que se le aparece como con una sábana de enfermo abrazada al cuerpo, el pintor tiene la impresión de “estar viendo las cosas por primera vez”. Salir del encierro nos hace ver lo inmediato como remoto, un mareo de las proporciones habituales, un cierto desnivel de nuestros propios pies sobre el suelo. Lo que constituyó la “epifanía modernista” es la convalecencia como estado de ánimo, desde las metáforas del retiro a las alturas de Nietzsche hasta La Montaña Mágica de Thomas Mann. Es como si lo moderno emergiera de haber estado encerrado, en busca de una cura, justo en el momento de empezar a sentirse en recuperación. Esa pequeña alteración de los sentidos a la que llamamos convalecer está presente en la pantalla que siento extrañamente cercana: es Jessie Ware cantando “Remember where you are”, ella caminando por una ciudad nocturna, vacía, los ojos apenas llorosos. El letrero del inicio del clip testimonia la duración del aislamiento, las dudas sobre el riesgo de los demás, las angustias por no poder saludarnos y, más duro, despedirnos: “Londres, 14 de febrero de 2021”.
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