Durante 2013 se repitió una y otra vez que la ineficiencia de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) era ya insostenible. Las inversiones requeridas para que la nación creciera iban más allá de lo que era posible que hiciera por si sola. Se auguraba el desastre económico. Afortunadamente, se tenía la solución a la mano: la reforma energética, una propuesta meramente técnica que quitaba el poder a los políticos para entregárselo a quienes sí sabían, a los verdaderos expertos. Se dijo que bajarían las tarifas eléctricas y que la CFE se volvería mucho más eficiente. Hoy, a casi ocho años de su aprobación, vemos que los resultados obtenidos indican lo contrario.
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