Habría que recordar lo que fue el nacionalismo autoritario, la cultura del partido único: inventó que México era una sociedad “mestiza” para borrar el racismo; la unidad nacional ocultó a las clases sociales y creó el aguante y el sacrificio como forma de justificar el machismo. Ese nacionalismo llegó a su límite en 1968 con Gustavo Díaz Ordaz y el macartismo priísta y empresarial: cualquier idea que no proviniera del Partido, era “extranjerizante” y antimexicana. En respuesta, los universitarios y politécnicos hicieron desfilar al Che Guevara junto a Hidalgo, Pancho Villa y Zapata en un proceso de apropiación de símbolos que llega hoy hasta Benito Juárez. El nacionalismo autoritario se diluyó en la experiencia de sus participantes y acabó por ser la ceremonia del autoelogio con acarreados cuya única disidencia era bostezar.
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