La perversidad política impuso condiciones y trabó el proceso legislativo de la reforma política de la capital. Octavio Paz, ante la respuesta popular ante los daños del terremoto de 1985, escribió que era evidente que en la profundidad de esta sociedad existían vivas semillas democráticas. Estos gérmenes han sido el elemento esencial para la lenta, contradictoria y, aún inconclusa, transición a nuestra democracia. La ciudad de México sigue sujeta a la tutela autoritaria del gobierno federal en una situación de capitis diminutio frente a los 31 estados, a pesar del vigor cultural, económico y político. Los intentos de reforma han padecido la enfermedad del gradualismo que, como dijo Martin Luther King, es el peor enemigo de los cambios progresistas. Alejandro Encinas (ex jefe del gobierno capitalino y protagonista del último intento de reforma) ha denunciado que los elementos conservadores más duros dentro del PRI quieren negar, por enésima vez, a los habitantes del DF el derecho a elegir una asamblea soberana que otorgara una constitución, hecho que se ha diferido la friolera de 194 años.
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