Un nutrido conjunto de analistas de la actualidad mexicana concluyen, imbuidos en el espíritu aliancista, en la conveniencia de que, los partidos de la izquierda, integren una coalición que aspire, con sólidas bases, a conquistar el poder formal del Estado. Ésta ha sido la prédica durante el largo periodo que va de principios de los años ochenta del siglo pasado hasta el reciente 2012. Cinco dilatados sexenios vieron pasar una coalición tras otra empujando las candidaturas presidenciales de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Ninguno de los dos terminó sentado en la silla de mando supremo. Pero eso no implica el fracaso de sus amplias coaliciones. Bien se conocen los tramposos y delictivos pormenores que entorpecen los procesos políticos mexicanos. Se llega al extremo de hacer desaparecer el concepto de fracaso electoral para la izquierda y sus alianzas.
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