En la conspicua y reciente fotografía de ex secretarios de la hacienda pública destacan dos personajes. Uno, formado fuera de los circuitos internos de esa burocracia y llegado ahí con la ambición de asaltar el poder. Otro, que transitó por varios de sus conductos y niveles para, después, emprender una que ha resultado azarosa y singular aventura. El primero, Luis Videgaray C., llegó sin pasar lista entre los rangos inferiores y, por tanto, sin los pergaminos de rigor que le sustentaran su tentativa de tan alto vuelo. No era, sin embargo, extraño a esa grey de iniciados financieros. Exhibió, como muchos de ellos, título de doctor en economía por universidad estadunidense de prestigio. Siendo diputado se ocupó de los trasiegos presupuestales que lo familiarizaron con el oficio hacendario. Habría que añadir sus anteriores funciones como secretario de Finanzas del Edomex. Fungió, durante cierto tiempo, como asesor externo a ese gobierno estatal en similares asuntos. Siempre alejado del bullicio popular ganó la entera confianza del, en ese entonces, aspirante priísta que lo llamó a su campaña. La palanca empleada por Videgaray en su intento de escalar hacia la cúspide fue la indispensable designación presidencial. Era ya para entonces el capitán de un equipo en imponer sus designios y primacías de mando.
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