En un sistema presidencialista, la figura del líder, del conductor, del caudillo, es sublimado. El intento por remasterizar el presidencialismo por Peña Nieto ha sido contraproducente para el político mexiquense, quien en su entidad, como gobernador, llegó a gozar niveles de aceptación épicos, apoyado por la poderosa maquinaria de gobierno local y por las televisoras nacionales. También en los procesos electorales, las casas de campaña aspiran a la construcción de personajes “gnósticos”, diría Hegel, personas con dotes especiales para gobernar y conducir por sí solos al país. Los candidatos se convierten en mercancías. Las estrategias de los asesores de campaña exaltan a los aspirantes por sus dones y cualidades para cautivar al electorado. Se resaltan las virtudes y magnificencias de los presidenciables que son encumbrados por medios, analistas y periodistas. Los dones como gracia sagrada que deben ser determinantes en el ánimo del votante.
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