En el discurso de toma de posesión del primero de diciembre, AMLO legitimó los trazos de su administración en una escueta versión de la historia del siglo XX mexicano. El eje residió en la elemental sinonimia –tan definitiva en el imaginario actual– que asocia el estado de una nación a los índices abstractos de su economía. Una suerte de narrativa de la caída. Entre 1935 y 1954, la economía creció gradualmente. Después, a partir de la segunda mitad de década de los años 50, lo hizo a un ritmo promedio de 6 por ciento anual, hasta 1974. Por donde se le vea, una cifra asombrosa que, en la época, dio pie a la sensación de un “milagro”: México parecía moverse del mundo periférico a la franja de las naciones centrales. En la historiografía oficial, el periodo recibió la onírica definición del “desarrollo estabilizador”. El énfasis se hallaba en la noción –que respondía a un auténtico sentimiento– de estabilidad. Después de décadas de violencia y guerra civil, la sociedad mexicana parecía haber encontrado una manera de hacer frente a sus disputas por la vía de la política; inmersa incluso en orden autoritario.
de La Jornada: Política http://bit.ly/2LCTj4l
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