Hubo momentos de tensión y grupos de encapuchados realizaron pintas, detonaron algún cohetón, rompieron vidrios y mobiliario urbano y en algunos casos se enfrentaron con policías. Pero, a fin de cuentas, la manifestación conmemorativa del 2 de octubre transcurrió en lo general en una “normalidad” de violencia ya casi rutinaria (esta vez acotada) y permitió recuperar la viabilidad de la movilización cívica sin contratiempos mayores. Pocas mamás y abuelitas (más allá de las previamente sabidas en los archivos policiacos chilangos) habrán de ser notificadas por el presidente López Obrador a causa de que sus hijos o nietos se hubieran portado (demasiado) mal en esta fecha recordatoria de la tragedia de la Plaza de las Tres Culturas. La técnica de amagar desde Palacio Nacional con algún familiar chanclazo reformatorio se cubrió de cierta gloria casi folclórica.
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