Concretar, ya en el gobierno, la obtención de los frutos ofertados durante la compaña electoral es una tarea mayúscula sólo apta para los perseverantes. Y lo es porque la fidelidad al ser propio deviene en ineludibles obligaciones. La congruencia se presenta entonces como imperiosa cualidad de la actuación pública. Remontar los obstáculos que todo cambio acarrea, de manera casi inevitable como cotidiana, se convierte en resistencia primero y lucha encarnizada después por parte de los partidarios de la continuidad. La mínima sospecha de resultar afectados conlleva temores que se intentan socializar. Entran en acción poderosos grupos, con gran capacidad movilizadora de recursos, ante la sólo factibilidad de perder posiciones. La misma incertidumbre desemboca en retobos ante cualquier alteración de lo acostumbrado, sino es que, peor aún, en cerrados rechazos. Aun así, la ciudadanía impone su continua presencia por ver, por sentir, reflejada en su provecho, esos frutos que, a estas alturas, ya no sólo son deseados sino perseguidos con pasión. No cumplimentarlos mina la credibilidad y nubla la esperanza depositada en el voto y, en el cercano futuro, pasará la cuenta pendiente por el desengaño. Las limitantes, que las hay y de variadas clases e intensidades, acompasan la realidad y provocan, a cada paso, continuos retos a superar. Es, por condicionantes como las apuntadas, que hacer de un gobierno el agente transformador prometido sea tarea de enorme complejidad, entrega, constancia e imaginación.
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