Estuve en Chile en las postrimerías del último gobierno físico de Augusto Pinochet, y también cuando Estados Unidos y la oligarquía criolla no le permitían gobernar a Salvador Allende. Lo que más me llamó la atención tras el golpe de Estado, fue la muerte de la alegría. La gente se resguardaba en sus casas a las 10:00 pm. No había vida nocturna, ni se escuchaban carcajadas sonoras, ni cuecas multitudinarias con pañuelos rojos. Doy fe que nunca más oí la risa, una risa estridente, democrática, como solía decir el gran poeta cubano Nicolás Guillén.
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