Terminó un año entero (2019) de crítica feroz y maximalista a todo lo que provenga de Palacio Nacional. Los días y semanas que han transcurrido de este 2020 apuntan a continuar empeñados en la misma tarea. No habrá siquiera una tregua temporal que permita replantear posturas. Cierto que, los efectos disolventes, que se aprecian detrás de dicho esfuerzo contestatario, no encuentren resonancia alguna en las opiniones de la mayoría. Han, eso sí, llevado hasta el paroxismo, a una capa poblacional –esa situada en la cúspide de la pirámide (10 por ciento) económica– cuyas opiniones son hasta violentamente epidérmicas. La erisipela que causan los dichos y acciones presidenciales ya la llevan incrustada en lugares recónditos.
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