Más allá de las cuestiones políticas de la hora –manifiestas en los ecos de los choques retóricos entre el presidente Joe Biden y su colega ruso, Vladimir Putin, y en la dura insistencia de aquél en reconstruir y reforzar el cerco de contención de China, vista como el mayor rival estratégico–, la pandemia resultó el asunto dominante en la cumbre del Grupo de los Siete en la localidad inglesa de Bahía de Carbis, Cornualles, del 18 al 20 de junio. Se trató de la primera reunión presencial en tiempos de pandemia de los líderes de las llamadas grandes democracias industriales y con ella se intentó significar que se daba vuelta a la página traumática que ha significado. Fue pronto evidente, y así se constató en buen número de comentarios y análisis, que aquellos que podían reclamar avances significativos en el control de la pandemia no eran muchos más de los siete allí reunidos y que, aun para ellos, los claroscuros resultaban el principal elemento del balance.
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