Una vez más, la democracia en América Latina parece sostenida en una cuerda floja en la que puede perder el equilibrio en cualquier momento. De ser así, nos veríamos proyectados a un futuro todavía más indeseable que el pasado que creímos superar cuando pusimos todas nuestras esperanzas en un arreglo institucional que cumplía con los criterios internacionales del deber ser democrático. Este fracaso traería algo peor que el autoritarismo conocido, porque lo nuevo no podría justificarse con la promesa de la democracia, al contrario, lo haría con argumentos que la desacreditaran. Ante lo que ocurre en algunos países latinoamericanos, que entienden la democracia sobre todo como la relación directa con un líder más o menos iluminado, podemos imaginar que el gobierno que entonces se instalara sería una rectificación autoritaria, más intolerante que el régimen que desmantelamos en los años 80, porque su punto de partida sería la crítica y el rechazo a la democracia.
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