Quizás no haya acto del ser humano más controvertido que el deseo irrefrenable de crear artefactos y artificios a su imagen y semejanza; un afán por imitar y desafiar a los dioses todopoderosos que, paradójicamente, él mismo ha creado. Ya no se trata de dominar solamente a la naturaleza, sino de “dominar al otro”. De aquí nace la robótica, que se define como “la rama de las ingenierías mecatrónica, eléctrica, electrónica, mecánica y biomédica y de la computación, que se ocupa del diseño, construcción, operación y manufactura de los robots”. Curiosamente, los términos de robot y de robótica no surgieron de los campos científico tecnológicos, sino que fueron creados por el dramaturgo checo Karel Capek en su obra Robots Universales Rossum (1920) y por el padre de la ciencia ficción Isaac Asimov. La palabra robot significa en checo trabajo servil o trabajo forzado, es decir, esclavo. La fascinación por la robótica alcanza hoy niveles impensables, y surge de los resortes internos ligados al poderío, la vanagloria y la soberbia humanas. Es de alguna forma la expresión suprema de la tecnocracia.
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