El grito “¡Hay que detener a López Obrador!” es ya casi un intensivo eslogan de campaña. Por todos los rincones del sistema de poder imperante se escucha esa angustiada expresión. Sienten que la lumbre de un indeseado cambio les llega un tanto más allá de los aparejos. Vacilan ante lo que les arroja diariamente la realidad y no pueden visualizar la medicina que calme su estado nervioso. Menos aún logran articular sus acciones, ofertas y decires para contrarrestar, de manera eficaz, al puntero de las preferencias. Se les va. Se les escurre entre los entresijos de una competencia que los ha venido superando en casi todos los terrenos.
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