Terminaron, por fin, las campañas. Se pudo sobrevivir aunque con disgustos, emociones y esperanzas renovadas, algunas ciertamente apagadas. De eso se trata este juego electoral. Ahora, a unos pocos días de distancia, habrá que ir a las urnas para depositar el voto definitorio. La consistencia de la simpatías de los electores ha sido el sello distintivo de este dilatado proceso electoral. Todos los estudios demoscópicos, por más cuestionados que fueran o pudieran ser, no dejan duda a esta altura de cosas: la aparición de Morena fue y es el fenómeno relevante de la actualidad. Más todavía, pues no era esperado por la crítica hace apenas uno o dos años atrás. Ciertamente su desarrollo fue larvado, inserto en la base poblacional y con un horizonte deseable de futuro. No hubo improvisación, sino un crecimiento admirablemente soportado por miles de voluntades, trabajos cotidianos e inteligencias movilizadas. Una vez que Morena dé vida orgánica al venidero gobierno tendrá por delante la enorme tarea de proseguir la expansión de la conciencia popular. Parte sustantiva será volverse el imán de las necesidades y deseos colectivos. La promesa de ir tras la transformación de México ya es su alta vara de medición.
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