Cinco o seis diputadas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) intentaron el homenaje póstumo. “¡Enrique, Enrique!”, gritaron. Peña Nieto, el fallido salvador de México, se hizo meme en cinco segundos. Su cara decía que no estaba para pliegos de mortaja –Carlos Hank dixit–, porque lo suyo era la mirada de angustia, la desesperación gestual, un ya-me-quiero-largar que daba pena.
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