Quedamos el lunes anterior que hoy nos referiríamos a doña Ifigenia, al señor Porfirio (decirle don, sería una impertinencia), y a don Cuauhtémoc, con motivo del reconocimiento y homenaje que la Universidad de Guadalajara (UdeG) decidió otorgarles. Hagámoslo por orden de antigüedad en la conocencia y lazos de amistad que guardo con ellos. Aún era yo un puberto, alumno del Ateneo Fuente de Saltillo, cuando vine por primera vez, en solitario, al maravilloso e inolvidable Distrito Federal. Llegaba con la ingenua encomienda de entrevistar a ex alumnos prominentes de nuestra preparatoria, a fin de solicitarles una colaboración económica para editar el anuario de la generación que estaba por egresar. Confieso que mi embajada rogatoria fue un rotundo fracaso; sin embargo, hay una explicación “histórica”, como se dice ahora, para calificar cuestiones verdaderamente intrascendentes, con la que me amparo.
de La Jornada: Política http://bit.ly/2QScHjX
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