Durante años, sociólogos, historiadores y politólogos se han preguntado por la mecánica profunda que, desde hace más de una década, hizo posible la multiplicación abrasiva y exponencial de lo que hoy bien podrían llamarse las industrias del crimen organizado. El término de industria no sólo alude a su extensión, masividad y febrilidad, sino a su estructura misma: conglomerados basados en una compleja división del trabajo, que requieren de miles y miles de reclutas, sicarios, especialistas y laborantes y son capaces de adaptarse a las circunstancias del robo de combustible en un ducto remoto que atraviesa la Sierra de Puebla o a la “exportación” masiva y cotidiana de gas líquido desde Tamaulipas para surtir a empresas de la Shell o la Texaco.
de La Jornada: Política http://bit.ly/2TfsmqB
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