Un taxista cualquiera en una calle cualquiera de Santiago previene sobre la noche del 29 de marzo: “Habrá violencia. Cada año es lo mismo. No salga”. Es el Día del Joven Combatiente y un día antes en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile se presentan Luisa y Manuel con sus 80 años a cuestas y sus tres hijos asesinados durante la dictadura, dos de ellos, Rafael y Eduardo, un día como hoy de 1985. Pablo, el tercero, cayó en los años siguientes dinamitado. Ana, la menor de los hijos y la única mujer, sobrevivió, pero hoy su hija está presa.
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