La imagen proyectada es fantasmagórica. El precipicio lo certifican profundo, el despeñadero inminente. La ineficiencia, dicen, brota por todos y cada uno de los temas administrativos de este gobierno sin un dejo de contención o mesura. La prensa escrita y los programas de comentarios televisivos o radiofónicos de la actualidad narran los límites, ya bien pronosticados de una ambición transformadora que empieza a chocar con la realidad, acarreando costosos saldos. El fracaso, que adivinan rotundo, queda tan sólo a unos pasos adelante. Se asegura que las improvisaciones son regla cotidiana y que se suceden en fila indetenible. Los errores, derivados de la trompicada austeridad, se han apilado hasta casi detener, desviar o contaminar la marcha de la sana administración. Los recortes se hicieron con tosco machete y no con bisturí de preciso corte: aseveración ya entronizada con regocijo en el canon de una crítica. Logro verbal, dicen, por su cancina repetición entre el medio comunicacional por su alegada precisión descriptiva. La inexperiencia de los gobernantes, seguida de los que afirman ser inconsultos dictados desde Palacio Nacional o expuestas durante las llamadas mañaneras, llevan indeleble sello de obsesiones presidenciales. Se avizora, aseguran con sentida claridad meridiana, el hundimiento de loables propuestas: estrictas medidas anticorrupción, fe democratizadora junto con auto limitantes al poder, respeto a los derechos políticos de todos, cotidiana transparencia de los actos de gobierno, propósitos justicieros o estabilidad macroeconómica. Son estos, algunos enunciados de una transformación que, según la élite difusiva, quiso volar pero lleva el riesgo de caer en la inoperancia y el caótico desbarranque general.
de La Jornada: Política http://bit.ly/2Wybm3q
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