lunes, 27 de julio de 2020

Ortiz Tejeda: Nosotros ya no somos los mismos

Dos palabras, tan sólo dos palabras. Las grité y repetí dándome apenas unos segundos para el resuello. Mi voz seguramente hubiera resultado inaudible, de no haber formado parte del reclamo colectivo de miles de gargantas que, en muchas lenguas, con los tonos y los acentos más diversos, le daban a la consigna común, una inusitada pluralidad y riqueza. Algunos de los gritones lo hacían en su propio idioma, otros trataban de imitar lo más posible los sonidos que surgían de las gargantas de los hispanohablantes, lo cual complicaba la barahúnda imperante. Qué difícil para los finlandeses comprender, ellos, a quienes entenderles es todo un reto para nosotros, que los argentinos celebraran fastos tan emotivos con canciones plenas de lloros y dolencias. A los escandinavos, o a los mismos británicos, el harto trabajo de entender que los españoles, al mismo tiempo que reivindicaban a la Caridad del Cobre como miliciana y socialista, no dejaban de batir palmas (aplaudiéndose a sí mismos, pensaban ellos), y evitando a los presentes oír, con sus palmeadas tan rítmicas, precisas, lo que querían transmitir. ¿Se imaginan el azoro de ucranianos y japoneses cuando descubrieron que los brasileños, más que hablar en portugués se expresaban girando su maravilloso derrière, hoy el mayor incentivo erótico del sexo masculino? Esos tipos no hablan con su garganta y sus cuerdas vocales, o sea, “parte del aparato fonador responsable de la producción de la voz”. Lo hacen con ese lenguaje corporal que provoca un estallido de adrenalina milagroso que nos transformó a los jóvenes de todos los continentes que esa tarde estábamos allí reunidos.

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