Nos hemos acostumbrando a que la única manera de conocer es sospechar. Detrás o debajo del mundo hay cosas ocultas y simulaciones que requieren que las expongamos. El mundo debe escucharnos para que se de cuenta de que vive en un engaño. Lo escondido debe ser mostrado; lo simulado, quedar de manifiesto. Cuando Paul Ricoeur llamó a esta forma de conocer “la hermenéutica de la sospecha”, él mismo no sospechaba que sería dominante en los medios, la academia, el debate público, hasta tal punto, que la suspicacia parece ser sinónimo de lucidez. La pensadora feminista Eve Kosofsky Sedgwick llamó a esto “la lectura paranoica del mundo”. Al ser la principal forma de conocer, la desconfianza se convirtió en cultura dominante, normativa y obligatoria.
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