El primer paso fue adquirir la condición de ciudadanos y quedar inmersos en la maraña de la igualdad social. La igualdad no era otra que la jurídica: una conquista en favor de la libertad, sí, pero también el principio de un artificio engañoso. Esta formalidad disfrazaría la desigualdad real y el hemisferio privado del Estado dejando sólo al descubierto, para recibir críticas y embates en caso de inconformidad, al hemisferio público.
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