Las estatuas de personas históricas son muy distintas de otros monumentos de conmemoración. Más que sobre eventos, se levantan como registros morales que debemos admirar y emular. Expresan valores comunes encarnados en personas y carecen de matices. Son reverenciales, no referenciales. Sabemos por los últimos capítulos de la Historia Natural de Plinio El Viejo que las primeras estatuas no divinas fueron para los que habían ganado tres veces la Olimpiada en la Grecia antigua. Se les llamó “icónicas” porque mostraban a la persona real, no un concepto, como era el caso de las columnas, obeliscos o arcos del triunfo. Pero, como todo, terminó en un abuso y hasta un poeta de tragedias, Accio, se mandó a hacer una suya muy alta, “aunque él era muy chaparro”, en un templo dedicado a Las Musas. Las estatuas son, desde el inicio, terreno de disputa moral.
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