Los jornaleros que trabajan en los campos agrícolas donde se producen las hortalizas para nuestra alimentación y la exportación son de los trabajadores peor pagados y más maltratados en nuestro país. Ellos lo saben, pero lo aceptan porque no tienen alternativa. Expulsados de sus comunidades por la miseria, que no les permite asegurar un sustento para vivir decorosamente, llegan a los campos agrícolas sabiendo que los patrones y capataces los tratarán con desprecio, como si no fueran humanos, pero al menos tendrán asegurado un dinero para comer y satisfacer sus necesidades más apremiantes y las de sus familiares. Sabedores de esta situación, los patrones, enganchadores, capataces y autoridades tejen redes de complicidades donde, como los mosquitos en las telarañas, quedan atrapados, a merced de quienes con su trabajo hinchan sus bolsas de dinero.
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