Los liberales decimonónicos mexicanos eran liberales en el espacio social de lo político, pero eran antiliberales en la dimensión de lo económico. Parece una contradicción flagrante del pensamiento; pero es un producto racional histórico en los hechos. Sentían fascinación por las instituciones de la democracia liberal, el sufragio (aún restringido), la división de poderes, la “majestad” de la ley. Pero eran conscientes de que los países industrialmente avanzados habían progresado, cada uno con su propia versión del liberalismo, tras los altos muros antiliberales del proteccionismo. Salvando las distancias, habían sido iguales que los liberales decimonónicos mexicanos. Éstos tenían sus razones. Partían de condiciones diferentes que sus antecesores europeos y estadunidenses, simplemente porque esos avanzados ya existían. Los intentos de crear una democracia política caminaba de la mano con la gradual formación de una idea de mexicanidad; era una “democracia” sin ciudadanos. A veces, los conservadores ganaban. Al tiempo, México era un semipaís de parias. Los liberales a medias –como todos en su momento– anhelaban el desarrollo que veían en quienes habían tomado la delantera. Querían una clase media próspera y amplia. De modo que eran proteccionistas. La competencia externa habría destruido fácilmente las nacientes industrias o las que quisieran crearse.
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