En mi pasado artículo dije que el primer ministro de Israel, Benjamin Bibi Netanyahu, era un travieso. Ahora me doy cuenta de que me quedé corto. En vísperas de las elecciones el pasado 17 de marzo mostró una cara muy dura al anunciar que no pondría fin a los asentamientos de israelíes en los territorios ocupados y que no habría un Estado palestino independiente mientras él fuera primer ministro. Esas declaraciones estuvieron dirigidas a los grupos más conservadores de la coalición que lo llevó al poder.
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