Ya comenzaron los tiempos electorales, con los rituales sexenales, donde el pragmatismo o la hegemonía cuantitativa rige el discurso de quienes aspiran a la Presidencia de la República. El resto de las elecciones federales, estatales y locales son meros ecos. La lógica que impera en todos los casos es la de cuántos votos gana, cuántos pierde, con tal o cual medida o compromiso que se anuncie o que se calle para no impactar al electorado. Estamos ante el inocultable escenario de la continuidad del proyecto neoliberal, gane quien gane. Las diferencias y los énfasis, los procesos y los liderazgos particulares sin duda existen, también las similitudes. Por ejemplo, ninguno se plantea terminar con el reparto asistencialista de apoyos de diferente tipo, no son suicidas, éstos ya son un componente integrado para la contención social que se disfraza de combate a la pobreza, ahí está el granero de votos que entran en la disputa. También es claro que ninguno se plantea, de manera categórica, revertir la reforma energética ni respetar la autonomía de los pueblos indígenas. En especial la contienda de 2018 está marcada por alianzas inimaginables en otros tiempos, cuando aún se daba prioridad al perfil ideológico y se hablaba de transformaciones. En el caso del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que en sus orígenes buscó aglutinar a la otrora izquierda, hoy se alió con el Partido Acción Nacional (PAN), que fue el prototipo histórico de la llamada derecha; mientras en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ni hablar de sus mutaciones estructurales: de considerarse heredero de la Revolución Mexicana y su Constitución pasó a sepulturero y promotor del proyecto neoliberal, llevando consigo toda una cauda de impunidades.
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